Saludo a los lectores

Tengo un cierto prejuicio contra las llamadas “columnas de opinión” y, sin embargo, en este mismo instante me encuentro haciendo el intento de saludar a los que serán lectores de la mía propia. Este prejuicio viene de muchas partes: en la filosofía griega, por ejemplo, era muy marcada la diferencia entre la mera “opinión” (a la que denominaban “doxa”) y el verdadero conocimiento. Los cultores de la mera opinión eran los “sofistas” mientras que la “filosofía” era reservada a aquellos que buscaban no tanto “brillar” por sus ideas en combates verbales, sino en descubrir lenta y sistemáticamente la verdad.

Tengo un cierto prejuicio contra las llamadas “columnas de opinión” y, sin embargo, en este mismo instante me encuentro haciendo el intento de saludar a los que serán lectores de la mía propia. Este prejuicio viene de muchas partes: en la filosofía griega, por ejemplo, era muy marcada la diferencia entre la mera “opinión” (a la que denominaban “doxa”) y el verdadero conocimiento. Los cultores de la mera opinión eran los “sofistas” mientras que la “filosofía” era reservada a aquellos que buscaban no tanto “brillar” por sus ideas en combates verbales, sino en descubrir lenta y sistemáticamente la verdad. Dentro de este marco de ideas, la verdad de la “filosofía” no se lograba en piezas cortas, sino en indagaciones lentas y metódicas que impacientaban a muchos. La constatación de los filósofos griegos era, en fin, que los hombres no parecen tener mucha tolerancia frente a los argumentos largos y complejos.

Esto no parece haber cambiado mucho en los últimos dos mil quinientos años. Incluso en las universidades, que son esa pequeña ventana en que todas las personas buscan aproximarse a los rigores del “conocimiento”, los estudiantes anhelan vehementemente fórmulas cortas que resuman y simplifiquen el conocimiento; prefieren apasionadamente la técnica inmediata por sobre el conocimiento de fondo. Los patrones de consumo de los lectores parecen empujar a los medios “serios” de comunicación a que terminen por fusionarse con la “industria del entretenimiento”. Hace muchos años ya Guy Debord saludaba el nacimiento de la “sociedad del espectáculo”.

El Internet, además, ha permitido que los columnistas contemporáneos sientan la presión directa e inmediata de lectores distantes y, en su mayoría anónimos, que también despliegan todas las armas (legítimas e ilegítimas) del debate público. Se requiere de una piel bien gruesa para soportar el debate de los lectores en medios virtuales donde las restricciones y cautelas del diálogo cara a cara dejan de operar. Hace años Daniel Samper Pizano optó por retirarse de ese foro después de que algunas de sus columnas fueran vapuleadas con las descortesías propias del “chat room”. Si se cree lo que dicen en sus comentarios (en la revista Semana.com o en la versión electrónica de El Tiempo), los lectores de columnas de opinión buscan varias cosas: la primera y más importante, que el columnista diga lo que los lectores de todas formas ya piensan; en segundo lugar, parecen premiar la “brillantez” de los artículos y sólo en un distante tercer lugar buscan encontrar la “verdad”, particularmente cuando asume la forma de la valentía propia de la denuncia que nadie más se atreve a hacer.

Todas estas consideraciones hacen que, al final, me sienta lleno de susto y aprehensión al emprender un diálogo público a través de las páginas de Ámbito Jurídico. En primer lugar, el director me pide que en 850 palabras diga algo de importancia para los lectores y que, ojalá, supere las vacuidades de la mera opinión (en el sentido de los filósofos griegos); en segundo lugar, soy plenamente conciente de que los lectores tienen ahora formas de responder y modelar la opinión de los columnistas como quizá no había ocurrido con anterioridad; finalmente, y esta es la razón más fuerte que explica mi ansiedad al asumir esta columna, no estoy seguro de poseer la calidades necesarias para realizar un trabajo siquiera decoroso.

Pero aquí estoy, encima de este encabritado caballo y ya no tengo forma de bajarme de él. Acepté el reto porque me parece que mi voz puede contribuir al debate de ciertos temas jurídicos que considero importantes. Sin embargo, este aporte tiene mucho que ver con los lectores. A ellos, y especialmente a los jóvenes estudiantes (de derecho y otras carreras) les propongo lo siguiente: para la realización de cada columna estoy dispuesto a recibir sugerencias de los lectores. Por supuesto que leeré estoicamente los comentarios que reciba después de escribir la columna; pero, más importante aún, les ruego el favor antes de escribirla me envíen sus ideas, señalando los temas estructurales del derecho, del gobierno y de la política que merecen ser tratados dentro de una columna de opinión. Las columnas de opinión son cortas, pero usualmente requieren altos niveles de investigación y preparación si, de nuevo, buscan superar la doxa. Por tanto, me gustaría asociarme con mis lectores (y en particular con estudiantes de derecho) en este proceso de preparación de la columna. Escogido un tema, me gustaría que entre ellos y yo realizáramos un proceso de documentación e investigación que culminara en un ensayo científico y en una columna de opinión. De mis jóvenes lectores esperaría lo primero mientras yo me encargo de lo segundo. ¿Algunos voluntarios para comenzar? Espero en mi e-mail sus respuestas.

No se si esta forma de coautoría vaya a tener éxito. Me interesa trabajar con mis lectores, responder a sus inquietudes y abrir la columna a discusiones jurídicas amplias, serias y bien documentadas. Ojalá que eso resulté en temas interesantes. Los lectores juzgarán a su debido tiempo y, mientras tanto, yo termino esta columna porque mi contador de palabras de Word me anuncia que con la última de este párrafo serán, con exactitud, ochocientas cincuenta.

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