Hombres de gris
Una incomprensión significativa de mi libro Teoría impura del derecho consiste en decir que se trata de una crítica a Kelsen y su “teoría pura”. Cuando escucho tal cosa, sé, primero, que la persona quizás no haya leído el libro y, por fuerza, tengo que explicar que la “impureza” de marras se refiere a las maneras como circula, se trasplanta y se transforma el contenido de teorías jurídicas “originales” para aclimatarlas a nuestro medio cultural. La “impureza” de mi libro, pues, tiene que ver con los mecanismos generales del trasplante teórico, y no con una posición antikelseniana que pretenda defender. Las transmutaciones o cambios en la recepción de teoría caracterizan nuestra lectura, no solo de Kelsen, sino también de los autores que pienso han construido paradigmas dominantes de teoría jurídica en América Latina: este tipo de impureza “afecta” también la recepción académica y popular que se hizo del conceptualismo de Savigny, del antiformalismo de Gény, de la exégesis del Laurent, del positivismo analítico de Hart, del Derecho como integridad de Dworkin y así también de muchos otros autores recientes que, aunque no se analizan en el libro, han mantenido la circulación de propuestas de teoría jurídica para ayudarnos a dar un sentido general a la práctica del Derecho. Porque la teoría, si algo, aporta “sentido”, hoja de ruta y mapa.
Pero debo confesar una cosa: si en ese libro mi aproximación a Kelsen fue más bien “descriptiva”, hoy en día siento una mayor impaciencia con sus propuestas. Actualmente, me es difícil entender las razones por las cuales Kelsen llegó a ser tan dominante en la teoría jurídica latinoamericana, un hombre y una obra convertidos en cliché y en monumento que siguen siendo, sin merecerlo, el centro de nuestras discusiones. ¿Y cuáles pueden ser las razones de este distanciamiento? En Momo de Michael Ende, los antagonistas son unos peculiares “hombres de gris” que representan a un “banco del tiempo”: incitan a la población a que ahorre tiempo, a que no lo pierda, a que no se distraiga en cosas inútiles, como el arte o la imaginación. Incluso, advierten del tiempo perdido cuando se duerme.
Por más que trato, lo prometo, no puedo dejar de pensar en Kelsen como un “hombre de gris”. La impaciencia con la que trata de convencernos de que eliminemos o excluyamos nuestras preocupaciones “impuras” en el Derecho es testaruda y fascinante: según él, una teoría seria del Derecho debe ser una rigurosa teoría de las normas. Aunque brillantes y aburridos, los libros de Kelsen nos pintan un paisaje sin personas, sin emociones, un paisaje estéril donde la idea del Derecho como ciencia y técnica se imponen y se abstraen de las luchas humanas que dicen regular y mediar. No recuerdo en la teoría pura un solo caso o el contenido de una sola norma concreta: está apenas la abstracción de la norma para indagar por su forma lógica más general. Así, para focalizarnos estrictamente en lo que importa y lo que es serio, Kelsen nos invita a que descartemos los contextos sociales de producción y aplicación del Derecho, las aspiraciones ético-morales a que el Derecho ofrezca repartos “justos” de bienes y derechos escasos, a que ignoremos el aporte de ciencias y discursos con métodos más “cálidos” de descripción del Derecho, de las personas y de sus vicisitudes entrecruzadas.
La teoría pura no tiene espacios para estas cursilerías: busca construir una definición disciplinar técnica y científica y, para ello, busca desprenderse de los componentes emocionales y políticos del Derecho. El resultado es una bien iluminada sala de cirugía, aséptica y fría. En la mesa quirúrgica está “la norma” que gana una extraordinaria autonomía epistemológica. La norma tiene un discurso propio. Y desde ese sitio de enunciación se hace la teoría del Derecho.
Kelsen, por lo tanto, es el principal inspirador del “tono emocional” que domina la práctica contemporánea del Derecho. Nos hemos convertido en “hombres de gris” que reciben consultas de las personas, pero que luego las transponen a las normas donde lo humano se disuelve y la gestión de los casos gana vida propia a partir de las inercias de un “sistema experto”. Este “tono emocional” frío de la práctica profesional impacta no solo a los clientes, sino también a los profesionales del Derecho. Al estudiar Derecho, muchos veníamos quizás en búsqueda de sentido y nos dieron apenas una carrera.
En esta época (¿covid o poscovid?) me parece absolutamente fundamental que volvamos a reinyectar el “sentido” en la “carrera”. La convicción de que una ciencia normativa “pura” pueda decirlo y resolverlo todo es cada vez menos creíble. El tono emocional frío y distante de la profesión la ha hecho (en la oficina, en el juzgado) cada vez más alienante. Quizás tengamos que repensar y replantear la idea de que el Derecho sea necesariamente una profesión para “hombres de gris”. Hay más colores en la paleta…