Cuando nadie escucha…
AMBITO JURÍDICO edición 529. Fecha de publicación: 6 de enero de 2020. Para entonces, juzgados, tribunales, cortes, oficinas de abogados y facultades de Derecho estarán cerradas. Las primeras cartas y notificaciones del 2020 llegarán y alguien las pondrá distraídamente encima del “Ámbito” que pasará desapercibido. La suerte de una publicación profesional y gremial en épocas de vacaciones. Pero está bien. Cuando nadie escucha se siente uno más libre para reflexionar sobre cosas más importantes.
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Desde hace algunos años, mi padre vive su vida con Alzeheimer. No digo “sufre”, “padece”, solo “vive”. Porque sigue viviendo. Una tía se queja amargamente de que mi papá ya no es lo que era. Que no es “él”. Y yo le digo, en ironía medio budista, medio heracliteana, que obvio, que nadie se baña dos veces en el mismo río, que ya no es el que era antes (como ninguno de nosotros), pero que sigue siendo “él”. Uno sigue siendo uno en las discontinuidades de su propia biografía. Mi papá continúa su vida muy digno y muy erguido: cuida sus cosas, sus perritos, cuida de sí mismo, se pone alegre, se pone triste, lee, cuida celosamente a sus nietos, como cualquiera de nosotros. La teoría de que el Alzeheimer destruye lo que uno era se me antoja peligrosa. Le quita una herramienta fundamental de compromiso y cariño a los parientes y genera una melancolía paralizante y eterna. Disentimos tía querida.
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Mi padre tiene, como siempre, muchas cosas que decir. Es hombre de opiniones, de convicciones: quiere que una matera se pinte así y que la alacena esté organizada asá. La fortaleza de su carácter está ahí. Pero se le olvidan las palabras. Me siento como si yo tuviera una mitad del plato y él la otra, como dicen que los griegos simbolizaban los contratos: un sinalagma… La “demencia” de mi padre solo es genuina cuando yo no estoy por ahí, atiendo sus palabras y completo el sinalagma. Su “demencia” se da cuando yo dejo caer sus palabras. Su “demencia” se acentúa por la mía, cuando estoy “de-mente”, ausente. Yo sé, como nadie, por qué está tan interesado en el techo pintado con flores de colores y por qué recordamos tanto a quien las pintó. O por qué las columnas no son estrictamente cuadradas, sino que tienen un diseño especial, en contra de la opinión del maestro Casas… ¿Casasbuenas? ¿Casasviejas? Ninguno de los dos se acuerda. Y cuando una palabra llega a tiempo, la siguiente busca camino con más facilidad y la tercera no se tropieza, aparece nítida. Conversamos y mucho, porque tenemos una historia en común. Medio plato y medio plato.
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Nos tomamos un café en Bogotá, pero mi padre está maravillado por una ciudad que no reconoce completamente. “¿Y hace cuánto vives aquí? ¿Y estás bien adaptado? ¿Y no hace frío?” Las preguntas, el tono, la curiosidad y la alegría de cuando yo vivía en Boston. Y yo, torpemente: “papá, esto es Bogotá”, quizás por mi propio cansancio de estar en una Bogotá que yo mismo desconozco, que rechazo. “Cuando estoy en Kyoto, extraño a Kyoto” decía Bashó, el maestro medieval del haikú japonés. Pero, en algún momento, yo también me pongo alegre y no hago más resistencia: acabamos de tomar nuestro Café en Pan pa’yá y salimos a pasear por Harvard Square. ¿Por qué no?
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El Alzeheimer es una cosa real, y no sirve de mucho tampoco glorificarlo o negarlo. Pero su realidad también depende, en parte, de lo que pensamos de él. No es fácil, pero ayuda mucho ver la continuidad, el seguir viviendo, no enredarse en comparaciones con el pasado. Lo que es, es, pero hay muchas posibilidades de sentido, de diálogo. Mi padre no solo dura, vive. Pero su vida tiene un espacio de florecimiento cuando soy capaz de superar mi propia “de-mencia”. Este es un telegrama para mí mismo, en el Ámbito que nadie habrá de leer. Un telegrama para los momentos de cansancio y de enfado.
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Todos, todos, más que “cure”, necesitamos “care”, como dice una activista gringa. La excesiva medicalización del Alzeheimer nos ha quitado herramientas fundamentales para seguir adelante con la vida, con paciencia, alegría y optimismo. El verdadero Alzeheimer aparece cuando nadie escucha…